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La Cerilla

Tantas veces mi tranquilidad se ha visto atormentada por la aparición de alguien cuya cara despierta la incertidumbre del reconocerle sin saber de dónde. Son aquellos seres cuyos nombres titulan capítulos del libro antiguo en el que se escribió la historia que elegí protagonizar para reencontrarme con la sabiduría que confundió a mi alma tanto que decidió olvidarse de ella para volver a aprender de ella desde otra perspectiva.


Estas luces deslumbrantes son cerillas en mis manos. Al principio queman con alegría y me ayudan a emprender un camino que no había visto antes. No obstante, llega el momento fatídico. La llama se acerca a mi piel y lo que antes alumbraba la oscuridad ya no hace más que amenazarme con el daño que me podría causar si no tiro su tallo ennegrecido. Esa luz ya no me sirve, cumplió su función al dirigirme hacia el faro de mi destino.

A veces cuesta tanto alejarme de alguien que tanto he querido, alguien que me ha enseñado algo que no comprendía de mí mismo, que me permitió trascender los patrones que ella misma me obligó a ver. Tomar consciencia de lo bello que es soltar con amor y agradecimiento a aquella luz que ya se transformó en humo para bailar un tango sensual con el aire que la llevará al lugar donde siempre estuvo, a su propio paraíso. Un lugar como el mío, pero donde la felicidad es real y no la que intentaba proyectar en mí, al hacer yo lo mismo en ella.


Las despedidas nos liberan de las cadenas de los patrones que no nos permiten encender otra cerilla y acercarnos a esa hoguera del amor incondicional, el paraíso que nos espera al abrir los ojos a la realidad que existe más allá de la que hemos creado para buscar por fuera

lo que siempre teníamos delante de nosotros.


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