El Amor
¿Hasta qué punto aprendes a amarte amando a alguien más o viceversa? Es una pregunta que ha formado un bucle curioso durante mi vida. Podría ser que no he conseguido ninguna de las dos utopías por su escisión.
No puedes amar a nadie si no te amas a ti mismo es una frase que ha hecho eco desde la infancia en las cuevas vacías, oscuras y frías de los desamores donde buscaba el tesoro evasivo que es el amor romántico. De la misma manera que he sentido el dolor punzante del puñetazo en el corazón cuando un amigo se muestra menos de mi proyección idealizada. Aquellos que responsabilizaba de acompañarme en el camino sinuoso hacia la fogata del amor propio, allá en un claro del bosque de las emociones que convierten mi existencia en una vida plena.
Somos todos uno y por eso me sentía justificado cuando exigía que me alumbrasen el camino con el amor de aquellos amigos y parejas. No quería aceptar la responsabilidad de abrazar el amor propio para ver aquella escena que imaginaba como hacia donde encaminaba, en lugar de atreverme a reconocerme delante de la pira en el claro, rodeado de todos que amo, incluso los que han tomado un rumbo diferente y los que aún no recuerdo.
El amor no es la trama de los cuentos fantásticos, sino algo más grande. Es la energía que nos une. Aprendemos desde la pérdida de la inocencia de la infancia a separar con juicios según creencias, razas o preferencias. La riqueza de cada uno con su gran ejercito de personalidades disipa cuando se identifica con la forma de ser que cree que le corresponde.
El mayor aprendizaje es tomar consciencia de que seamos iguales, compuestos de aquello que vemos en todos que nos acompañan hoy y en la eternidad de ahora. El amor es desafiar de los limites que nos han enseñado. Es abrirte a la infinidad de lecciones que ofrece cada alma que baila delante de la hoguera. El amor es trascender la clasificación y aceptar que cada uno es una expresión de la misma consciencia.
Foto de Joe Jenkins (Pinterest)
