La Derrota

Hoy me he levantado llorando. La sensación de finalidad de un proceso me abrumaba. La vida sabe elegir el momento a convertir el vino en veneno y cubrir el sol brillante con una capa de nubes para la tormenta que ha de llegar.

Llegó la derrota. Después de todas las batallas, algunas ganadas y otras perdidas, la guerra se ve terminada. El guerrero feroz se cae de rodillas, con la mirada al suelo. Toda la vida, peleaba conmigo mismo para mostrar quien soy, sin saber realmente quien era ese que me miraba en el espejo. El cuerpo que habito es extraño y me siento invasor. El corazón late a destiempo con las emociones que me poseen. Me siento confundido al no saber cómo llegué aquí en este sitio que antes llamaba mi casa y ahora me deja frío.

Todas las experiencias que formaron parte de mí y los amores que me activaron el corazón se han quedado en el vacío del olvido. Ya no me pertenecen y tampoco me sirven. Hoy es el funeral del ser que había creado. Yace en el suelo, desangrado y abatido el que llevaba mi nombre. La luz de la vida se extinguió de sus ojos y la sangre ya no fluye por el cuerpo desgastado. De los pulmones donde salían gritos de pasión, salen los últimos suspiros y un mensaje sutil que hará eco hoy y siempre. Llegó el momento del cierre, la historia se concluyó. Me he muerto.

Hoy el sol vuelve a brillar porque en la muerte está la regeneración. De las cenizas del derrotado, se levanta el espíritu de la esperanza. Es la oportunidad no de reanimarse sino transcender quien era para convertirme en quien soy. La sabiduría de la vida que se apagó enriquece la que empieza hoy. El cargo de las emociones contenidas y encarceladas ya no pesa en este nuevo cuerpo. Soy libre y salvaje, con ganas de devorar el mundo. Me sacrifiqué para poder deshacerme de mis limitaciones del pasado y, así, encontrar la fuerza y energía del presente sin prejuicios. Hoy ando a pleno luz del sol, desnudo e inocente, dispuesto a seguir creciendo y aprendiendo.

Mathew Lees