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Soy lo que Soy, no lo que Tengo

Hay un conflicto curioso dentro de mí, con la competitividad y la autoevaluación en guerra abierta desde la infancia. Siempre he luchado para ganarme a mí mismo. No soporto no superar las expectativas de mí mismo. La derrota la llevo cuando he dado todo de mí. El problema es valorar ese ‘todo’ como un concepto realista y alcanzable.


No puedo concretar el momento en el que perdí la confianza del todo que aplicaba a cualquier desafío que surgiera. Pero, me acuerdo de tantas veces cuando he debatido conmigo mismo si realmente había hecho todo lo posible. Las cosas raramente salen como se imagina un soñador como yo. Pero, he aprendido que las divergencias de lo esperado premian con aprendizajes indispensables para mí.


Es fácil ahogarme en las carencias, todo aquello que no he conseguido o que no tengo y así menospreciar los logros que he sacado de las noches más oscuras. Vivir en una sociedad meritocrática alimenta la sensación venenosa de la insuficiencia. Es cierto que me habría encantado dedicarme a estudiar lo que me apasiona desde más joven y, por supuesto, poder vivir despreocupado centrado en un objetivo singular. Sin embargo, los sueños no se cumplen tal y como soñaba ese niño inocente que fui.


La tormenta me invita a echar la culpa fuera por no haber caminado por un sendero idealizado y utópico. A veces me consume la envidia al creer que otros han sabido transitar un camino específico e iluminado. Las puertas que se han cerrado en mi cara por no tener un título u otro son leña para la fogata que destruía la confianza en mí.


Todo cambió cuando tomé consciencia que ese fuego es mi coraje. La tempestad es la resiliencia que me ayuda a levantarme cuando me caigo. La limitación no es un título o un logro es la voluntad de superar mis dudas.


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