El Mapa de la Vida
- Mathew Lees
- 19 may
- 2 Min. de lectura

La vida es como el GPS. De pequeño, comenzaba a pedir destinos extravagantes y también me lanzaba a la deriva para ver hasta dónde llegaba. Me he perdido en ocasiones incontables antes de creer haberme encontrado de nuevo.
Con el paso de los años, he conseguido asentarme en algunos lugares e, incluso, sentirme en casa. A diferencia de lo que me hayan dicho, mis raíces no las eché ni donde nací, ni donde me crie. Tuve que caminar lejos para darme cuenta de ello. Ha sido una odisea en toda regla.
Sentirte en casa es tan personal y subjetivo que es imposible explicar y, más aún, cuando intento hacerme entender con las manzanas que han caído al lado de su manzano o con los pollitos que volaron antes de volver al nido familiar.
Como todo en la vida, para elegir es fundamental considerar las opciones. Lo que define hogar para la gente que por mucho que te parezcan, es diferente puede ser lo opuesto de tu predilección. Lo cual no significa que sea ni mejor ni peor que tú, sino distinta.
La tranquilidad que aprecia alguien provoca la añoranza del barullo que aviva la existencia de otro. La sobrecarga de oferta ocio-cultural puede sofocar al que busca un remanso de paz.
Me he peleado en un conflicto perenne entre lo que creo querer y lo que realmente me satisface. También he explorado la implicación de la maduración y la naturaleza cambiante de mis necesidades y como encajarlas en mi concepto del hogar. Muchas han sido mis paraderos en busca del equilibrio adecuado entre el contacto con la sociedad y la retirada de ella.
Al final, aprendí amainar mis tormentas en un lugar donde desvanece mi búsqueda de un estímulo, aunque no quiera interactuar con ello. A veces basta saber que está alcanzable desde mi retiro aquello que necesito para sentirme vivo.
Comments