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Sentirte mal No es Fracasar

La sociedad se ha ido estigmatizando el malestar como si fuese una enfermedad contagiosa. En algunas culturas y lenguas ni se emplea la pregunta ‘¿qué te pasa?’ a favor de la inocua ¿estás bien? El bienestar es el espejismo que se esconde en el desierto de una cultura que nos alimenta con deseos inalcanzables y necesidades capitalistas. Entonces, surge la culpa y la sensación de fracaso en cualquiera que se levanta por la mañana sin la sonrisa y dientes brillantes de los modelos de los anuncios.


Sin embargo, vivo, como todo ser humano, una montaña rusa emocional. Hay días que me levanto con los cables cruzados y quiero mandar a todos a freír espárragos y está bien. Me rebelo contra la tendencia creciente que proclama que ‘no hay mal que por bien no venga’. Me permito quejarme del estado deplorable de los días sin sol.


No me faltan ganas de vivir o de saborear experiencias exquisitas y desconocidas, ni mucho menos. Pero, reconozco el vaivén de la vida. No pretendo pintarme de clown para tapar las lágrimas de frustración y descontento. Cada momento es una realidad que se merece el crédito de existir. Si me encuentro mal, pues me quedo en la cueva hasta que me apetezca salir.


No puedo volar sin haber caminado antes. Estar de pie exige exponerme a caerme y lo hago cada día. No me avergüenzo de las heridas de cada caída, ni de los cabreos que me provocan. Me abro a sentir con plenitud la decepción de no estar a gusto con mi realidad actual. Al final, es precisamente esta sensación que me anima a indagar en lo que necesito trabajar en mí y en mi manera de relacionarme con mi realidad.


En el desierto no hay caminos hasta los espejismos. El camino es el que transito cada día, a veces bajo la lluvia y a veces bajo el sol, pero siempre hacia adelante.


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