Ni Blanco, ni Negro
No hay blanco sin negro, ni el día sin la noche. La dualidad es una trampa cuando racionalizamos las decisiones. No hay elecciones correctas o incorrectas, sino las que convienen en un dado momento en la culminación de un proceso de reflexión alargado y sobrecargado de juicios y justificaciones.
Tantas veces en la vida me he perdido en un bosque buscando un árbol específico sin fijarme en todos los ejemplares hermosos que ofrecen alternativas que ignoro. Me he empeñado en definir un roble o un pino como las únicas elecciones válidas. Comprendo que ofrece comodidad limitar el panorama a lo más asequible, pero me rebelo contra la conformación de una visión binaria.
Cada experiencia otorga interpretaciones que cuadran con el propósito que cargamos a cada decisión. Lo que bendice el día para uno, damnifica a otro su intención. La clave es entender que no hay una dualidad en todo, sino un abanico infinito de variantes. El arcoíris no se limita a siete colores cuando prestas atención a los matices entre cada uno.
Hay una línea muy fina entre la confusión por la abundancia de maneras con las que podemos mirar cada situación y la confianza de soltar la sensación de tener que elegir una sobre las demás. Mientras no podemos esperar aprender mucho a la deriva del destino, tampoco podemos navegar hacia un lugar que sólo existe en nuestra imaginación.
Aprendí a dejar de huir de lo que no me gustaba de mí o de las elecciones que no quería tomar. Así iba más allá que el juicio y sentenciarme a equivocarme de nuevo, como tantas veces antes. Comprendí que la valentía de haberme aventurado hacia lo desconocido y lo inusual me ha regalado la oportunidad de conocerme, de alumbrar los rincones más escondidos de mi autenticidad.
Entonces, me siento libre para dejarme sentir cómo experimentar cada situación para que me aporte lo que necesito para descifrar el legado de la sabiduría que heredé cuando abrí los ojos.
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