Navegando desde la Distancia
Somos seres relacionales y aprendemos todo en las experiencias que compartimos con otros. Bueno, será casi todo. La vida también te ayude a filtrar con quién vivencias los sucesos que son hitos vitales y los que no son más que pasatiempos.
Aprecio cada vez más la soledad. Un gran aprendizaje mío era soltar la necesidad de rodearme de gente para crear momentos especiales e impactantes. En algún momento, me di cuenta de que la tendencia a distanciarme de la muchedumbre se convirtió en un hábito, una especie de obsesión. Mis ratos de reflexión superaban a la búsqueda de la novedad y el estímulo del descubrimiento de lo ajeno.
Estoy muy a gusto con mi soledad. No tengo que dar explicaciones a nadie, ni me enredo para encontrar un plan estimulante para intoxicarme con excusas para evitar conectar conmigo. Soy un lobo solitario que ya no aúlla debajo de la luna porque no necesito a nadie.
Donde surge la incertidumbre es si alejarme de la sociedad no es otra manera de evadir ese contacto conmigo. Me convenzo de que la autorreflexión sea la cima del aprendizaje, aunque pontifico que son las relaciones que te enseñan quién eres. No sé si la ruptura de esta dicotomía sesga el entendimiento de mi realidad.
La soledad da la delusión del control absoluto de cada experiencia ya que sólo depende de mí. Pero, pierdo la referencia de una reacción asertiva, en la que influyen factores sociales. La realidad es lo que existe en la frontera entre yo y el entorno.
El distanciamiento es el vacío fértil que reemplaza la ansiedad del qué dirán. Pero la indiferencia por otros es un mecanismo de defensa para protegerme del daño que temo que me hagan.
Mi duda existencial consiste en navegar entre restar importancia a cómo me vean y desperdiciar la sabiduría que florece de compartir las experiencias vitales y contemplarlas desde perspectivas ajenas.
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