La Victoria de Perdonarte
No tienes que perdonar a nadie, sino a ti mismo. Culpar a otros por tu malestar es desplazar la responsabilidad a ellos. No puedes elegir el desenlace de tu historia, pero la manera de aceptar las lecciones que te llevan hacia allí es exclusivamente tuya.
Tantas veces has recurrido al papel de víctima para inmunizarte de la culpa, para sufrir en tu oscuridad. Ha sido cerrar los ojos y quedarte en la pesadilla que has inventado para justificar no poder controlar tu destino y, de paso, el de las personas con las que te has encontrado, cada una buscando su camino.
Tu fantasía ha sido personificar una leyenda, la odisea de un héroe imbatible que va de una guerra a otra, de una banda a otra. No tomaste consciencia de más que levantar la espada contra otro enemigo más, indiferentemente de quién es o qué representa. En el estado de furia, no ves nada más que el rojo de tu sangre, la que derrama cuando intentas matar otra parte de ti mismo.
La revolución no es un levantamiento contra los oligarcas, sino darte cuenta de que los únicos enemigos son las partes de ti que no quieren aceptar tu realidad. No son cuerpos sin vida que yacen en un campo de batalla, sino brotes y capullos a punto de florecer en el paraíso de tu sentir. Las voces que chillan en tus recuerdos son las que suplican que dejes de mirar atrás para culparte por haberte equivocado de rumbo o mirar al horizonte para buscar un espejismo más bello que el remanso de paz en el que te apoltronas.
Tu triunfo no es ganar a nadie más que a ti mismo, comprender que el conflicto no es la violencia, sino mediar entre tus interpretaciones dispares para entender el contexto de cada experiencia sin quedarte en un detalle que no encaja con tu concepto de la perfección en este momento.
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