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La Puerta Grande

No hay una fórmula mágica que crea la felicidad. Tampoco hay un rumbo cuyo destino es el paraíso de una vida idealizada. De hecho, cada día presenta obstáculos que te separan de aquel lugar que has embellecido con las comparativas con los demás. No has tenido piedad al mirarte en el espejo. Especialmente al comparar esa mirada con la que has empleado, abundante de generosidad con todo lo ajeno. Te has cargado con la culpa de tu equivocación y fracaso. Te has adentrado en lo más oscuro de un gran bosque, solo y helado.


No es de sorprender que te dejas guiar por las fugas de luz que muestras a quien aparezca en tu camino. Te agobia elegir cuál ejemplo seguir, qué camino te llevará a un sitio mejor que el tuyo. Al igual que mirar al firmamento para buscar la estrella que más brilla, hay un sinfín de posibilidades.


El porvenir, al igual que el pasado, son distracciones que desvían tu atención del hogar que habitas ahora mismo. Un lugar único y especial. Cada elemento es la culminación de un proceso que has superado, un secreto que has desvelado. Algunos han pasado factura con un sufrimiento desgarrador. Son aquellos que más te han aportado y, por tanto, son los más bellos. Toma tu tiempo para sentarte y observar el nido que has creado a base de tus experiencias diversas. En cada rincón hacen eco conversaciones que provocaron una emoción que te ha enseñado otro aspecto de ti. Hay frases que han tenido que tejer la fábrica del tiempo para que las entiendas. Pero, todo llega cuando tiene que llegar. Hay aprendizajes que exigen repeticiones para asentar su sabiduría.


Cuando tomas consciencia del esfuerzo sobrehumano que ha costado construir este elíseo, esta Valhala, sueltas la necesidad de abandonarlo. Elije quedarte fuera o entrar por la puerta grande y sentarte delante de la chimenea. Otras casas son bonitas, pero ninguna más tiene tus tesoros.


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