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La Mirada que Integra

Las emociones forman la base de la vida. Seleccionamos la predominante de entre la sorpresa, la tristeza, el desprecio, el miedo, la ira, la alegría y el asco. Tenía claro que la ira es la que me serviría para tapar las otras cuando no las quería mostrar.


Una emoción te da una sensación de comodidad como se fuesen las zapatillas de casa. Cada una cumple la función de llamar la atención. Un gesto de la cara se convierte en una mascara detrás de la cual cada uno se recluye y se refugia. Además, en los momentos cuando te cuesta conectar con otra emoción, siempre queda recurrir a la favorita.


La tristeza es el monstruo de mis pesadillas que acecha desde la oscuridad. Prefiero enfrentarme a todo con la ira desbordada antes de mostrar mi vulnerabilidad. Es el miedo que mantengo encarcelada detrás de la valentía del guerrero que pretendo ser. Aquel que se alimenta de las victorias y gestiona las derrotas con la resiliencia.


Incluso la alegría se mancha de ira. No me contengo con una sonrisa, sino desencadeno la carcajada del loco de la colina. Prefiero la intensidad a la tranquilidad. El silencio de la paz me enturbia hasta que encuentre la manera de provocar una explosión emotiva. Rehúyo de la pasividad en busca de reacciones de desprecio y asco cargadas de ira.


Al sostener la tristeza aprendí a apreciar la riqueza de cada emoción. En la ira, pierdo la esencia del sentir. Mientras que me sirve para evadir otras emociones, también me aleja del placer de llorar porque sí, del sentir el latido de mi corazón mientras observo la sonrisa de mi pareja o el dulce destello cuando me encuentro con un amigo por sorpresa.


Las emociones te dominan hasta que aprendas que la integración de cada una es lo que te permite permanecer en cada momento y saborear la plenitud del aprendizaje que te aporta.


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