La Guerra que Nunca Existió
No es el agotamiento físico que me hace caer de rodillas, sino algo mucho más profundo. Por mucho que inhalo, el aire no llega a aliviar el cansancio que hace que cada suspiro parece expulsar un grito silenciado.
Tomo consciencia de la futilidad de permanecer en batallas que he perdido y perseguir fantasmas en el campo de guerra y levantar el escudo para protegerme de las flechas que oigo volar en el aire desde un pasado que nunca existió. Nadie me ha abandonado porque no eran más reales que los enemigos formidables contra los que lanzaba mi hacha.
No es sangre lo que recorre mi piel, sino sudor. No soy un guerrero atrapado en un conflicto eterno. La valentía es soltar la irrealidad de un cuento épico de una vida diferente a la mía. Soy aquel que apenas levanta la mirada en el espejo, ése con las patas de gallo que extienden desde los ojos vibrantes del luchador que siempre he sido y con canas que demuestran que el camino ha sido largo y la piel marcada por el dolor que me ha acompañado.
Cada experiencia me ha enseñado a ser quien soy, más allá que el personaje romántico que protagonizaba las mentiras de la vida que anhelaba tener para escapar mi realidad. Las decepciones se han repetido hasta darme cuenta de tener que soltar la ilusión del control y abrirme a recibir lo que auténticamente necesito en lugar de lo que creo que quiero.
Cada desamor me ha recordado que no puedo amar a nadie más que a mí mismo y el rechazo del que las culpabilizaba es mío. No era amor no correspondido, ni siquiera era amor, sino apego a proyección de partes de mí que no conocía.
Al soltar este cuento, me dispongo a vivir mi historia con un amor auténtico. Acepto que nada es casual y todo es perfecto en su imperfección. Ya no busco adonde ir porque ya estoy donde siempre quise estar, en el paraíso de la abundancia, rodeado de los que amo y con todo lo que me conecta con la luz deslumbrante y roja que es la felicidad que siempre estaba dentro de mí.
