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La Antorcha del Alma

De pequeño, ansiaba llegar a ser mayor para escaparme de un lugar en el que no encajaba. Aunque todo fuese perfecto, no era perfecto para mí. Me veía diferente a los de mi entorno. Cada día era un esfuerzo levantarme a sonreír con las pocas ganas que tenía de compartir lo que no sentía de la misma manera que mis queridos.


A la primera, me fugué sin piedad y me alejé de mis raíces como si fuesen un gran lastre y no una herencia sagrada. Di la espalda a lo transgeneracional para liberarme de la presión de ser quien no quería ser, aquella que me imponía como una obligación. Así llegó una de las grandes lecciones de la vida. Los vínculos no entienden de distancias, y por mucho que desvíes tu camino, el rumbo de la vida no varía.


Me condené al abandono de mí mismo para forjar una serie de personajes en los que esconderme. Comencé a probar vidas diferentes para buscar una que cuadraba con mis expectativas. Me rodeé de extraños en tierras lejanas para desentenderme de mi autenticidad hasta el día que tomé consciencia de mi irrealidad.


Echaba de menos extrañar. Harto amar desde la carencia y mendigar vínculos, perdí el miedo de mirar atrás y aceptar la inocencia que albergaba detrás de la mirada penetrante de guerrero. Reconozco de donde vengo como parte de quien soy, del mismo modo que comprendo que no era ni el lugar ni la cultura que me permitiría expresar mi autenticidad. Está bien mirar atrás, siempre y cuando que no te quedas con la mirada anclada allá.


Abrazo a todos que me han querido y me han mostrado lo que no veía en mí mismo. Porto la antorcha que heredé para intentar sanar a mi manera lo que no pudisteis con amor en nuestra oscuridad sin miedo de abrirme a la luz del día de nuestro despertar.


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