Hoy Por Fin Soy Yo
No sé lo que es peor: Perderte en mi pasado o en un futuro inexistente. Con tal de no enfrentarme al presente, me refugio en imaginar cómo podría haber hecho tantas cosas de otra manera. También paso largos ratos pensando en qué haré cuando haya cambiado algún elemento de la realidad en la que me encuentro actualmente. Tanto hablan del estar presente como la solución a todos los malestares pero no me da tiempo hacerlo con la abundancia de distracciones temporales que me acechan la atención.
Hay una obsesión mórbida con la retrospección. Desde la comodidad del presente y la experiencia que avala la recuperación de cada caída, es tan fácil idear caminos alternativos y palabras mejor escogidas en los momentos claves del recuerdo. Abruma la dificultad en tomarme consciencia de que no tenía los recursos que tengo hoy antes. Mi fetiche es fustigarme por no haber actuado mejor cada vez que tambaleaba por mi falta de coraje o de presencia frente las decisiones que han sido hitos en mi viaje hasta aquí.
Me cuesta bajar la guardia y reconocer que los aprendizajes sólo llegan de la frustración. En la rendición descubrí las alternativas que jamás habría considerado si todo hubiese salido como fantaseaba. Además, mi orgullo me impide ver mi autenticidad. Cuando me empeño en ser el personaje idealizado para protagonizar la película de mi vida, las cualidades del actor que interpreta el papel difuminan detrás de su vestuario.
Me castigo por haber perdido lo que nunca era mío, sobre todo la identidad misma. A raíz de darme cuenta de que hay cosas que por mucho que me atraigan, no me aportan nada. Son deseos introyectados. Pertenecen a mi personaje; a mí, no. De este modo, he aprendido a agradecer mis fallos y fracasos. Con cada caída, he desvelado otra parte desconocida de quien soy. Descubro mi autenticidad al desafiar las creencias que jamás eran mías y sólo nublaban mi verdad.
