El Guerrero Valiente
Cada carrera tiene una meta, cada batalla tiene su fin y cada historia tiene un desenlace. Desde mi infancia no veía alternativa a protegerme con una coraza formidable contra los ataques cada vez más feroces de los demonios que proyectaba en mi entorno. Retorcía las miradas de los demás en el desdeño que nacía del rechazo nocivo de mi perfecta imperfección.
Los susurros se hicieron puñetazos en la oscuridad de mi ignorancia, palabras traducidas al idioma de un odio que no existía fuera de la tempestad de mi mente. Nadie se salvaba de la niebla de la guerra de mi propia paranoia. Veía los puños de las manos que alzaban para abrazarme amenazar mi frágil seguridad.
El que no cesa de pelear contra los desafíos que pretenden sacarle de su ignorancia, se condena a vivir con los ojos cerrados, jadeando los últimos suspiros antes de desfallecer. El guerrero valiente es el que respira hondo, recogiendo su fuerza, antes de abrir los ojos para otear el paraíso del sentir.
El horror del campo de batalla con los cadáveres de los personajes que intentaba interpretar en la odisea de mi vida sólo existe en el reino de mis pesadillas. Cuando me quité la armadura delante de la belleza de mi realidad, respiré el aire puro al aceptar que no hay ninguna lucha que no sea contra mí mismo. La victoria es dejar de correr sin llegar a una meta imaginaria, dejar de empuñar la espada contra los fantasmas de las versiones idealizadas de mí.
En la calma de la paz percibo la bella música anegada por las recriminaciones al no haber conseguido objetivos que nunca eran míos. Ahora comprendo que siempre hice lo necesario para desvelar la consciencia con la que hoy contemplo mi gloriosa realidad. No necesito superar más que la sensación de tener que ser algo que no soy. Me rindo antes de la aceptación de estar en el lugar perfecto con todo lo que necesito para compartir el calor de la luz roja que soy.
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