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El Espejo

Dicen que el espejo no miente. Pero, es tan fácil mirar sin prestar atención a ese que me mira tan fijamente desde la comodidad del otro lado del cristal. Aquel que eligió observar sin involucrarse en la vida que he elegido protagonizar.


Desde hace tiempo, aunque no mucho, no temo contemplar a uno que difiere de la imagen que había imaginado que iba a ser. El que responde a las exigencias y expectativas del lastre de un castigo minucioso y sin piedad al que me imponía a lo largo del proceso de la aceptación.


Mis ojos brillan como los del infante que fui y desprenden el fuego que encendió el mismo con las ganas de enriquecer su sentir con el disparate de experiencias que albergaba la historia que empezaba a crear. La sonrisa guarda la travesura del que desafiaba del qué dirán y de lo que uno debe hacer a pesar de haber escondido esa intención detrás de un rechinar de dientes. Como muchos me rendí a cumplir con unas obligaciones que asumía para convertirme en sonámbulo más.


Percibo las arrugas, algunas por las veces que me he reído hasta llorar y otras por las noches sin dormir, dando vueltas al haberme perdido. Cada línea de mi cara es una emoción que me he permitido sentir, alimentando la sabiduría de un alma que no busca el aprobado en los demás, sino lo que puede aprender de la interacción con ellos.


Aprecio las cicatrices de mi torso desnudo que me recuerdan de las veces que he recurrido a sensaciones más intensas de las que anulaba en mí. Antes de aprender que no necesito recurrir a los extremos sino aceptar la autenticidad de cada latido de mi corazón y cada lágrima que cae, sea cual sea el motivo por su derrame.


Mis tatuajes relatan las lecciones que han sido antorchas brillantes y cálidas en la larga noche que anticipaba el despertar de aquella mañana cuando dejaba de apartar la vista de mi perfecta imperfección.


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