El Baile del Equilibrio
“Un ser humano en su perfección debería siempre preservar la calma y paz mental y nunca permitir que las pasiones o deseos transitorios disturben su tranquilidad.” Mary Shelley
Recordar que necesito permanecer en la oscuridad para apreciar la luz siempre me parece más fácil que confiar en esa luz que brilla en la noche larga. La invisibilidad de las tinieblas facilita que no me mire, menos aún con amor. Al final, siempre logro encaminarme de nuevo hacia el amanecer con nuevos aprendizajes y el coraje recargado.
El conflicto que enturbia mi día a día es respetar la ecuanimidad entre el dar y recibir. Pontifico que el amor ni se da, ni se recibe; sino se comparte. Sin embargo, tiendo a imponer expectativas difícilmente alcanzables al entregarme excesivamente.
Un hábito que ha facilitado el abandono de los sistemas que he visitado durante mi vida. El amor es el narcótico por excelencia de los seres emocionales que somos. Cuando desplazaba la búsqueda del amor en la gente a la que me acercaba, creía en vano que llenaría el vacío existencial. Amar desde la carencia es beber para saciar una adicción y no la sed, una necesidad irreal que invariablemente se convierte en decepción y desamor.
Todos comprendemos el amor de manera subjetiva y particular. Lo esencial era conocer mi manera de expresar el amor y perder el miedo a compartirlo desde allí. Así, me abrí a sentir el amor ajeno mostrado desde perspectivas extrañas y desconocidas. La abundancia permite gozar del aprendizaje de la diversidad de revelar la cercanía.
La comunicación abierta con otros sólo es posible cuando eres honesto contigo mismo. Cuando dejes de refugiarte en la ignorancia de la oscuridad, te das cuenta de que la luz siempre brilla, el amor es omnipresente. Se desvela en idiomas inicialmente incomprensibles cuyas palabras son las notas de la sinfonía del amor, música hermosa para quien la quiera escuchar.
