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El Amor Consciente Nace en Ti

De pequeño, me acuerdo de leer las declaraciones de amor de los cuentos de hadas. Me abrumaba el desespero de las súplicas del príncipe a la princesa que anteponía la muerte a no poseer el amor del objeto de sus deseos. Desde la inocencia infantil, veía esto como otra ridiculez de los mayores que no me molestaba en descifrar.


Inconscientemente, ese introyecto me había contagiado como un cáncer y ya ennegrecía mi corazón de tal manera que la primera vez que conocí a una ‘princesa’, sentía la adicción a ese narcótico tan destructivo que es el apego. Ese encuentro se esfumó por la decepción de no poder casarnos y cabalgar a la puesta del sol, sino ir a clase para aprender a escribir.


Hubo muchos desamores, la mayoría ni siquiera me atreví a confesar a esa que sólo pudo ser la reina de otro, el sol del cielo azul de uno mejor que yo. Los que carecían del defecto nefasto que elegía identificar en ese momento.


La adolescencia me descubrió la melomanía con la que interpretaba los altibajos de mi ánimo. La música consolaba mi tendencia destructiva a descalificarme como inferior al que tuviese delante. Me aferraba a la proliferación de letras que suplican una oportunidad, tanto la primera como otra más, para mostrar mi merecer, para que alguna me salvase de la soledad que me imponía para protegerme de tener que acoplarme a una sociedad a la que proyectaba mi propio rechazo.


Mi tenacidad me acercó con cada experiencia desgarradora a tomar consciencia del amor sano. Rompí los patrones de sufrir por lo que no soy. Dejé de ocultar la belleza de la llama roja que brilla en mí y alumbra no sólo mi realidad, sino la de aquellos que se acercan y la que coge mi mano como la reina del paraíso del sentir.


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