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Aprendiendo a Cumplir Años

Cumplir años no es madurar, sino una oportunidad para tomar consciencia de mi realidad. Ya tengo otra colección de experiencias y lecciones para integrar a mi sabiduría.


Recojo los momentos buenos y otros no tanto y me pregunto ¿de qué me sirve nadar en aguas pasadas? Indudablemente cada paso que he dado me ha aclarado una duda más acerca del misterio que me ha entretenido a lo largo de los últimos cuarenta y seis años.


La vida me ha permitido probar innumerables disfraces que me han mostrado quien no soy. He bailado al son de músicas diversas con más o menos ritmo. Me he divertido siempre porque aprender es abrirme a sentir con más profundidad todo lo que sucede en el día a día.


Las decepciones y los disgustos me han enseñado a tomar consciencia de la motivación que hay detrás de cada expectativa y esperanza que se han ido amainando con mi acercamiento a mi autenticidad.


Es trágicamente necesario ver el desplome de los sueños irreales que había creado para establecer los logros esenciales para merecer el amor que llenaría el vacío dentro de mi ser. En el quiebre de lo ficticio, conseguí percibir una luz en mi propia oscuridad. La fogata hambrienta de mi amor propio alumbra con cada más ferocidad el paraíso de mi sentir.


He amado desde la carencia sin poder llenar el vacío que nunca existió. He intentado ser otro para sentir un aprecio ajeno. Cada vez que he escondido el niño que hay dentro de mí y que soy, él mismo me ha puesto la zancadilla.


Agradezco los tropezones y la resiliencia con la que me he levantado antes de quitarme la suciedad de encima. He confiado que encontraría mi propósito y entendería la relevancia de los desafíos que me han obligado a enfrentarme a cada demonio y aprender a amarlo como parte de mí.


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