Canciones de Cuna
Me acuerdo a la perfección cuando me despedí de mi abuelo una navidad hace años y sentía una tristeza más aguda de lo habitual. Sabía que no lo volvería a ver. Por lo menos de la misma manera. Poco después falleció.
Desde entonces, siempre ha estado presente en los momentos claves. Su luz potente destella cuando me pierdo. Tantas veces me llegan palabras sueltas de las conversaciones que no comprendía bien en su momento y, por lo tanto, no les daba valor. Ahora, su sabiduría añade color a las flores que abundan en el camino que piso al acercarme a mi autenticidad.
Hay noches cuando doy vueltas consumido por el castigo al no haber cumplido todo lo que me exigía ese día. Oigo rasgueos de su guitarra con la que acompañaba las canciones de cuna cuando no podía dormir años atrás. Desde las sombras me llega su voz como la caricia del mar sobre la piel asada por el sol. Entonces, caigo de nuevo en los sueños que la vida me ha ido quitando con las decepciones que me han enseñado que, por mucho que intente desviarme del destino, mi camino sigue siendo ése, aquel sendero que atraviese el bosque encantado. Un lugar que alberga los fantasmas de vidas pasadas con caras diferentes. Aquellos seres con los que he coincidido en las mismas lecciones una y otra vez hasta que finalmente consigo prestar la atención con la tranquilidad de la aceptación y la profundidad de sabiduría que he encontrado en mí. Entre otras voces, el cantar de mi abuelo alumbra ese lugar que intentaba abandonar para conseguir metas que no me corresponden en lugares creados por mi ego en un intento desesperado de cambiar un capitulo de una historia escrita en mi propia sangre.
Tomo consciencia de la inmensidad de este momento afortunado. Después de vidas de ignorancia, carente de culpa, sin rastro de expectativas o exigencias, elijo pararme, respirar y dar toda mi atención a cada conocimiento que se despierta dentro de mí con las experiencias y encuentros que me otorga esta vida tan perfectamente imperfecta.
