¿Por qué nos cuesta tanto cambiar?
Como es habitual en el verano, he oído lo típico de la gente que se queja de sus trabajos y de sus situaciones personales. Al que siempre contesto de la misma manera: ¿Qué haces para cambiarlo? En la mayoría de los casos la reacción es una cara fruncida y un silencio alargado. A menudo añaden alguna excusa pobre para intentar justificar su falta de iniciativa. Por eso, me ha llevado a plantearme la gran resiliencia que tenemos al cambio.
“Si no te gusta algo cámbialo, si no lo puedes cambiar, cambia de actitud y no te quejes” Maya Ancelou
El día que leí esta cita por primera vez me despertó la curiosidad de investigar el motivo por el que somos tan reacios a seguir una pauta tan sumamente sencilla. Propongo hablar de los factores que me parecen más importantes a la hora de remediar la falta de acción:
ZONA DE CONFORT
A estas alturas este término ha llegado casi a saturar los consejos relacionado con efectuar cambios tanto a nivel personal como a nivel profesional. No obstante, me parece de una importancia enorme entender lo que realmente se supone que significa el concepto ‘zona de confort’. Por eso, utilizo la imagen abajo para ilustrar la explicación que daré a continuación:
La Zona de Confort es algo que a menudo se asocia con ‘lo fácil’ o ‘lo sencillo’ y allí está el problema. Tendemos a pensar que la comodidad es algo de la gente que nace de buena estrella. Ese amigo que termino el colegio y se fue de año sabático por países fascinantes para conocerse a si mismo antes de entrar en la empresa de la familia y a ganar un buen salario. Pero, la realidad es muy distinta. La vida cotidiana nos atonta de una manera que llegamos a ser ratas, como dicen en inglés, ‘we live in the rat race (nuestra vida es una carrera de ratas). Nos levantamos a la misma hora a desayunar a toda prisa, antes de viajar al trabajo a hacer tareas invariables al diario y a casa a ver una serie y a la cama antes de hacer una réplica el día siguiente. Al hacer esto, nuestro cerebro pasa de usar las funciones superiores que nos han regalado la evolución. Hablo del sistema límbico que controla las emociones y el neocórtex que maneja la lógica y razonamiento. Estas funciones son una maravilla y nos separan de los gusanos. Lo que pasa es que emplean mucha más energía y esfuerzo que no queremos gastar. Entonces, preferimos automatizar el funcionamiento para usar el esfuerzo mínimo. Un ejemplo muy común es la sensación que hemos tenido todos al llegar al trabajo sin acordarnos de nada, ni haber parado en los semáforos en el caso de conducir o haber hecho los cambios necesarios en transporte público o haber pagado lo necesario. Esto es la comodidad que vivimos.
Ahora bien, cuando miramos fuera de la zona de confort, solemos ver el riesgo y la pérdida. Para cambiar, hay que sacrificar lo que ya tenemos. Por mucho que nos fastidia lo nuestro, es ‘nuestro’. Lo hemos ganado a base de un esfuerzo continuo. Además, para salir de la zona de confort, hay que empezar a formar opiniones o suprimir creencias. Mientras quejarse de lo que tienes, o lo que no, resulta gratificante y sencillo, reconocer nuestro error o limitación es otro cantar. En el momento de decir que mi trabajo lo cogí por el prestigio profesional y no por la satisfacción que me puede producir es reconocer el fracaso. El fracaso es la palabra más temida en el ámbito profesional. De la misma manera que en inglés, no hablan de ‘problemas’, sino de ‘asuntos’, incluso cuando se hacen graves y llegan a ser ‘desafíos’. Por otro lado, un refrán árabe dice que ‘no existen los fracaso sino lecciones’. En la vida aprendemos de las veces que las cosas no nos salen bien y tenemos que cambiar la forma de hacerlo para que consigamos lo deseado. El ejemplo de Sir Richard Branson que ha creado centenares de empresas, buscando la fórmula perfecta de generar negocio sin perjudicar a otros. O el deportista que entrena al diario, perfeccionando el golpe necesario para que su equipo gane los partidos.
Seligman en su libro de 1975 (Seligman, M. E. P. (1975). Helplessness: On Depression, Development, and Death. San Francisco: W. H. Freeman. ISBN 0-7167-2328-X), denominó este fenómeno como la indefensión aprendida.
“La sensación subjetiva de no poder hacer nada y que no responde a pesar de que existen oportunidades reales de cambiar la situación aversiva, evitando las circunstancias desagradables o mediante la obtención de recompensas positivas.” (Wikipedia)
Entonces, lo que nos impide cambiar es el miedo a arriesgarse a perder lo que tenemos a pesar de que podríamos conseguir algo que sea mejor y más satisfactorio. Al observar esto, sugiere que es cierto el refrán ‘la felicidad absoluta está en la ignorancia’. Lo cual me lleva a plantear una pregunta personal a cualquier persona que se encuentra delante de una situación que exige un cambio. ¿Quieres aceptar vivir en la ignorancia?
“El fracaso no es caer, sino negarse a levantarte de nuevo” (proverbio chino)
Si nos quejamos de algo, no va a cambiar nada. Lo único que puede hacer es hacernos más negativos y propensos a pensar en lo peor. Por consiguiente, hay que arriesgarse, hay que enfrentarnos a lo que queremos e ir a por ello. Por supuesto que la mayoría de los caminos de nuestras vidas están llenas de obstáculos que nos pueden impedir el progreso. Pero, tal y como sugiere el refrán chino, la clave está en saber caer y levantarse de nuevo en un proceso de intentos a adaptar nuestra estrategia para superar el desafío. Sacamos el óptimo provecho de cualquier situación cuanto más aprendemos de ella. Lo importante es como si fuese una misión militar, hacer un análisis exhaustivo posterior de qué funcionó y qué no. A continuación de esto, tenemos datos suficientes para un análisis fundamental de cómo habría podido hacerlo mejor o qué tendría que hacer de otra manera para que me saliera mejor. Esta información nos equipa con herramientas para tomar decisiones más acertadas, de una forma más rápida y, por tanto, más eficaz. Todo esto a cambio de estar dispuesto a tropezar en el camino hacia lo que queremos alcanzar en la vida. Me parece un trato más que razonable.
Lo que estamos viendo aquí es el efecto de haber salido de la zona de confort y entrado en la zona de miedo que nos lleva a la zona de aprendizaje y de acción. Una vez que conseguimos llegar aquí, tenemos la oportunidad de conocernos mejor y, por lo tanto, contestar las preguntas que nos limitaron al principio, del tipo de cuestionar nuestra capacidad de hacer algo o nuestra capacidad a sacrificar lo que no nos satisface. En el lugar de quejarnos, ahora podemos observar lo que realmente queremos y tener una idea más acertada de quienes somos. Creo que uno de los impedimentos más contundentes a realizar el cambio es el miedo que siente la gente a mirarse a sí mismo por temer encontrar algo que no conviene. Claro, todos nos tenemos por ser una persona excelente, agradable y, quizá, graciosa. Aceptar que somos uno más del montón es un reto considerable. Sin embargo, el aprender a aceptar esto, es lo que más nos puede distinguir de los demás. Uno que realmente se conoce y sabe lo que quiere es infinitamente más probable a conseguirlo. Esto se debe a saber que, en el fondo, somos todos iguales, lo cual hace irrelevante cualquier observación de calificarnos como gente de buena o mala suerte, sino una persona preparada para perseguir sus sueños.
En las sesiones de motivación profesional, siempre hablan del hecho de que el símbolo que utilizan en chino para expresar ‘crisis’ es la yuxtaposición de los ideogramas que significan 'amenaza' o 'peligro' y 'oportunidad'. Esto también es relevante en el contexto de la reflexión aquí, Una crisis es un momento perfecto para asimilar una amenaza para buscar una oportunidad de mejora que, de otra manera, quizá no habríamos encontrado. Si no persigues mejorarte, no puedes esperar llegar a ser más feliz y satisfecho. El cambio no debería darnos miedo, sino inquietud. Los nervios de una nueva experiencia a la vuelta de la esquina. Nunca se puede saber si nos va a gustar algo sin haberlo probado. No sabemos si podemos hacer algo si no lo hemos intentado. El cambio es una caja que hay que abrir para saber lo que hay dentro. Al abrir la caja tenemos algo que no teníamos antes que nos puede gustar o no. Pero, nos aporta algo nuevo, como mínimo una lección que nos servirá para avanzar en nuestro camino personal y profesional.
En conclusión, el cambio es la única forma de mejorar la vida. Hay que dejar de mirar hacia atrás y fijar la vista en dónde queremos llegar y, entonces, buscar los medios de alcanzar el destino que marcamos para el sendero que pisamos en la aventura que llamamos la vida. Al arriesgarnos, aprendemos quiénes somos y qué queremos y así formamos metas a conseguir para que la queja pierda protagonismo a favor de las esperanzas por lo que nos espera en el futuro que nosotros mismos diseñamos.