La Ignorancia Fértil
Cuando hablamos de regresiones, me resisto a considerarlo como una vuelta al pasado, sino un acercamiento al Self o, por si así decirlo, mi autenticidad. Es cierto que padezco de una relación problemática con mi pasado. Aún así, el trabajo de apaciguar las guerras con versiones de mí que celebraron un cierto protagonismo en otro momento de mi vida no deja de suceder en la actualidad. Miro atrás desde el mirador que hay aquí, en la cima de la cuesta que ya he subido. Sin haberme caído, no podría haberme levantado y menos aún, aprendido de la experiencia.
Hay un morbo en la nostalgia. Puede servir para comparar lo que decido recordar de un tiempo atrás, sin prestar atención al contexto. Anhelo la falta de responsabilidad que disfrutaba en mi soledad, ignorando el vacío existencial de no crear mi propio sistema. Del mismo modo, podría olvidarme de la sabiduría de la experiencia al acordarme de la inocencia.
También recojo mis aprendizajes fijando la atención en la torpeza de la caída en lugar de la valentía de la rectificación. Uno de los desafíos más complejos en la vida es reconocer mis propias limitaciones. Para defenderme del dolor que me espanta, siempre huyo. Habitualmente, lo hago en la negación absoluta de convencerme de no necesitar a nadie ni a nada. Mi visión romántica de mí es de un lobo solitario. Hasta la metáfora falla porque los lobos viven en manadas, al igual que nosotros en nuestros sistemas familiares y de amistades. Hay un interés masoquista en permanecer en la crítica mordaz de la inocencia previa a los darse cuentas que me han permitido reconocer quien soy, más allá de quien hubiese querido ser.
Observarme desde el pasado es ignorar la perspectiva más amplia y, por tanto, más real. Sólo aprendo cuando confieso abiertamente mi ignorancia. Las carencias que veo son vacíos fértiles, oportunidades para alumbrar las partes desconocidas de mí y desvelar los secretos de mi autenticidad.
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