Reiniciando la Sexualidad
Durante gran parte de la vida, mi sexualidad era un tabú, algo que desmitificaba a puerta cerrada, a base de lectura y pornografía. Mi despertar sexual, como el de muchos, se acompañó de desinformación y vergüenza. Lo cual sirvió para aumentar mis complejos y exacerbar mi timidez. Las secuelas pervivían mientras la vida me ha castigado una y otra vez hasta concienciarme de la integridad del ser. Merezco los mismos placeres que deseo provocar.
Huir del impulso natural del ser es convertir la unificación del amor de dos personas, en un acto violento y denigrante. El deseo no es deshumanizar a otra persona, al igual que el egoísmo no es denegar la voluntad de otros sino priorizar la mía.
La enfermedad sexual más perniciosa es el miedo. Desde hace siglos, hemos damnificado la sagrada unión de lo corporal, lo emocional y lo mental. Lo denominamos la perversión, una afición de los maleantes y los incultos. Lógicamente la idealización de la castidad como virtud lleva gran protagonismo en este paso.
Escondía el deseo en la misma caja que la ira que amenazaba mi tranquilidad. El deseo no era sólo de malos, sino comprometía el control que quise mantener. Lo veía como mostrar la vulnerabilidad y exponerme a un rechazo inevitable. No concebía que alguien vería belleza en la tormenta dentro de mí.
Rehusar el juicio introyecto consiste en empezar de nuevo. Volví a la inocencia de un niño que descubre el placer carnal sin sentenciarlo. Aprendí que para amar incondicionalmente exige perder el miedo de mis emociones. Cedía al deseo de expresar mi amor en lo físico y, así, abrirme a integrar las partes del ser e iluminar las experiencias sexuales.
La sexualidad consciente es aceptar la espiritualidad del paraíso del sentir. La exaltación de las emociones es trascender lo mundano y apreciar la belleza que yace en la realidad que hemos elegido habitar.
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