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Las Voces que Doblan

Tantas eran las voces dentro de mí que hacían un eco como la campana del infierno. Aquella que no hacía falta preguntar por quién doblaba, porque sabía que doblaba por mí. A lo largo de mi vida he proyectado la crítica mordaz afuera para enmarañar comentarios que salían del cariño en la oscuridad de mi propia ignorancia.


Las caras perdieron su aire de preocupación detrás de la expresión grotesca que les pintaba encima como si se tratara de una pesadilla aterradora. Sólo reconocía la burla o el desprecio en cada gesto que veía.


Hacerme la víctima era convertir a todos en el verdugo de la tortura a la que había elegido someterme. Me costó tomar consciencia de ser no sólo el juez que pasaba sentencia, sino el tribunal que estudiaba con tanto escrúpulo el caso y también el abogado que presentaba mis crímenes con tanta finura.


Estaba acostumbrado a interpretarlo desde aquel menosprecio en el que encontraba un cobijo enfermizo. Seguramente si fuera el más crítico de mí mismo, nadie me podría hacer más daño del que ya padecía.


Así fue la cadena ya oxidada y manchada de la sangre de mis heridas de la infancia. Lo más increíble es la ligereza que disfruto desde que la solté. La libertad que temía al silenciar las injurias que me atormentaron por las palabras de todos envenenadas por mí.


Cuando me di cuenta de era dueño de cualquier discurso que retorcía para herirme, entendí que la sanación comienza con emplear el lenguaje armonioso del amor. Cada conversación es una lección de mi esencia que apacigua al guerrero que creé para defenderme contra lo que no es más que una proyección de mis propios demonios. Todo aquello que me aterra por la ignorancia inocente de las partes de mí que no me sentía preparado para comprender y, menos aún, integrar.



IMAGEN: “Bell” de Dutourdumonde Photography

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