La Bendición de la Temporalidad
- Mathew Lees
- 1 jun
- 2 Min. de lectura

El mito de la invencibilidad se transforma en la sabiduría de la mortalidad. De pequeño me creía capaz de todo, resiliente y con la misión de mejorar la sociedad de mi entorno. Me di cuenta de que no soy más que una gota en el océano de la vida. No soy la semilla de cambio para nadie más que para mí mismo. Aprendo cada día que, al cumplir medio siglo, ya no soy imbatible y mi cuerpo sufre por mi resistencia a envejecer.
Tantas personas han entrado en mi vida desde que guardo recuerdos y son pocos los que permanecen. No me apena reconocerlo porque es precisamente esto lo que me permite abrazar con cariño y agradecimiento a mi familia y a mi círculo íntimo. Del mismo modo, aprendí a tratar con afecto a la gente que me acompaña, aunque sepa que mañana ya no estará.
La temporalidad de los vínculos y las experiencias les da un valor exquisito y desvela que hay un aprendizaje en cada suceso que se puede perder para siempre en un abrir y cerrar de ojos. Cada momento es único e irrepetible. Me hago responsable de aprovechar cada suspiro ahora que entiendo que lo mejor no está por delante y no puedo recuperar lo que ya ha sido. Pero, nada impide que me alegre de lo que soy y lo que tengo.
La vida es dura y me lleva por caminos que no quiero atravesar y si me resisto, se hacen más peligrosos esos viajes. El paso del tiempo me empuja a renunciar algunos sueños y soltar las identidades que nunca eran mías. A su vez, me premia con contemplar mi autenticidad y crear un legado que no es más que un charco al lado del mar de la existencia. Pero, es una fuente de la que beberá mis descendientes.
Soy orgulloso de contribuir mi sabiduría al linaje al que pertenezco. La lección mayor de la vida es saber que no estar solo significa no aportar para recibir nada a cambio, sino la satisfacción de ser auténtico, humilde y humano.
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