El Baile del Despertar
Tantas vidas pasan en un mismo momento que a veces se me olvida cuál es la mía, menos aún la que me toca experimentar ahora. Soy la acumulación de escenas que percato en los aires del huracán que veo al cerrar mis ojos. Me cuesta no alzar la mano para capturar otro momento para manipularlo o, incluso, refrescar lo que me acuerdo de él.
Los recuerdos no sólo me persiguen en los pensamientos, sino en movimientos. A veces, ni soy consciente de la mirada sospechosa o la tensión en las manos que evocan los eventos furtivos del recuerdo que merodean en mi presente.
Escucho unas palabras y elaboro una frase ajena al interlocutor. Es la que impongo yo al momento para definir la situación acorde a la emoción que revisito. Es el proceso invasivo que pretende contextualizar el sentir para darle una justificación.
Hace tiempo solté la compulsión por dirigir mi barco por las aguas de la fortuna. Pero, mi cuerpo aún resiste, reacio a renunciar la delusión del control. Por eso se bloquea cuando bajo la guardia, convierte el cantar de un pájaro en el aviso de algún peligro inexistente, una reliquia de una experiencia sin resolver, un círculo que queda por cerrar.
No lucho contra esta rebeldía, sino afino los sentidos para conectar con este vestigio. Desde el ojo del huracán, con los recursos que ahora comprendo contemplo todo aquello que consideraba nefasto y dañino desde la ignorancia y la reticencia a soltar el juicio.
La catarsis no se consigue con facilidad. Sólo me levanto de las cenizas después de haberme quemado en mi fogata. El despertar llega después de la larga noche con el alba. Los sueños rememoran las experiencias de una manera que puedo descifrar ahora. Los movimientos instintivos son esos sueños expresados desde la consciencia. Escucho mi cuerpo y bailo con él para crear una nueva banda sonora para esta vida perfectamente imperfecta.
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