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El Amanecer Fértil

“Hasta la vida más feliz no se puede medir sin unos momentos de oscuridad, y la palabra feliz perdería todo sentido si no estuviese equilibrada por la tristeza” Carl Jung


El sol no se levanta sin antes haberse puesto. Alguien que ignora su oscuridad niega una parte de su existencia. Temía la soledad y la tristeza por miedo a perderme en las tinieblas. Me costó tanto atreverme a dar la espalda al día y aventurarme en la larga noche del alma, desnudo en el frío y sin tener a quien guiarme allá donde el ojo no ve y no me queda más que fiarme del fuego de mi propio corazón.


El reencuadre se queda estancado cuando caigo en el mismo patrón una y otra vez. Quitarle importancia a la desgracia no la hace menos dolorosa, sino más persistente. Tantas veces me deslumbraba con planes, con quedadas, con amigos para no echar de menos la luz, para alumbrar mi oscuridad con una luz tenue y parpadeante, como el latido del corazón.


El vacío estéril es la angustia del crepúsculo, ese miedo del abandono. No quise cerrar los ojos para no perderme algo fabuloso, una experiencia trascendental que me ayudaría respirar hondo y no hiperventilar. El auténtico abandono siempre era del presente. Me perdía en la corriente de resaca del porvenir. Me ahogaba al intentar nadar sin darme cuenta de que tocaba fondo.


El vacío fértil es la sensación de quedarme quieto y sentir el agua rodear mi cuerpo. La catarsis floreció cuando elegí quedarme solo con mis personalidades, sin sentirme abandonado por las proyecciones que hago en los demás. El amanecer siempre llega con su belleza inconfundible y transformadora.


La primera vez que esperaba las sensaciones de los primeros rayos de luz sobre mi rostro, comprendí que no volvería a sentirme solo al haber descubierto la fogata de amor que alumbra mi oscuridad, la misma que puedo compartir con quien yo quiera.


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