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Bailando entre la Ilusión y la Aceptación

No soy el bombero que me ilusionaba ser de pequeño. Tampoco voy a salvar el mundo de una gran catástrofe como lo hacía en mis fantasías infantiles. Muy lejos se han quedado las delusiones de grandeza de la inocencia de aquel churumbel. No me siento menos por ello, sino más por aprender a comprenderme.


Durante mi vida, he bailado en la línea fina entre la actualización de mis deseos vitales para que encajen en mi realidad y la anulación de estos en aceptación de mi madurez. La vida consiste en encontrar el punto medio entre perseguir un sueño como sea y renunciarlo para asentar la cabeza y permanecer presente.


Es fácil mirar atrás con condescendencia desde la perspectiva de la experiencia y calificar de ignorancia la consciencia antes de que se contagiara de amargura y decepción. Sin embargo, sigo siendo aquel muchacho que ansiaba dejar huella en este mundo, como el personaje de Marlon Brando en La Ley del Silencio cuando declara “Podría haber sido alguien”. En algún momento, me rendí a la frustración y agaché la cabeza. Dejé de mirar al cielo como el límite de mis sueños.


Era entonces cuando me perdí en la ciénaga de la renunciación. Creía que cuanto más luchaba para conseguir lo que quería, más me inundaba en el barrizal. Es la prerrogativa de alguien que se acomoda en el victimismo. Ya no sabía cuáles eran mis objetivos y cuáles eran las que me habían llegado por introyecto. Lo que me quedaba claro es que tal cuál ninguna era alcanzable.


Este momento insólito exige que me atreva a vivirlo desde quien soy, ni quien era, ni quien podría ser. Tanto la nostalgia como las expectativas son anclas que impiden que fluya la evolución de mi presente y mi realidad. Por eso, procuro ser la mejor versión de mí con los recursos disponibles ahora y soltar lo que no se lee en esta página del libro de mi vida.


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