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A La Deriva

Hay algo en el latido de la lluvia en las ventanas del techo. La manera que forman chorritos que trazan un camino que elige el capricho del instante. Así es el rumbo de la vida. Tantas veces he intentado forzar una alternativa que nunca me llevaba a más que la toma de consciencia de lo que ni soy, ni tampoco necesito.

“Todo río vuelve a su cauce” dicen. Hay pocas sensaciones comparables con el darse cuenta de ello cuando uno lo aplica a su propia vida. Cada vez que retorno a mi casa, aquella realidad que creé para encontrarme en ella, siento la complicidad con el rumbo de mi presente.

Al dejar de estudiar hacia dónde quiero llegar o cómo cambiarlo todo para que cuadre todo con la visión de cómo quiero que fluyan las aguas de mi vida desvelo la tranquilidad. Entiendo la perfección de todo. Nadar contracorriente fortalecía mi cuerpo para que mi mente se quedara muda, confiada de mi fuerza para seguir adelante y, así, dejarme escuchar mi sentir. Me siento capaz de superar cualquier obstáculo que intervenga en mi camino y así dejo fluir la marea. La que me lleva por las experiencias que pide mi alma para recordar lo necesario para trascender las expectativas de una vida sencilla y limitada por las exigencias que me imponía.

Soy libre. Siempre lo he sido, pero no era consciente de ello. Soy madera de deriva en el torbellino del destino, sin obligaciones de hacer nada más que dejarse llevar. No importa adónde voy sino la manera en la que transite ese camino, el aprendizaje que me aporta cada surco, cada rápido. La paz interior de la ausencia del conflicto interior que resultaba de la falta de aceptación plena me permite languidecer en cada lección hasta que conecte con mi sentir e integro cada detalle de ella


Foto: Artistic Moves de Gruet Florian

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