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El Espejismo de La Puesta del Sol

La mirada furtiva al reloj que marca el ritmo relentecido de mis pensamientos muestra que la sonrisa que decora mi cara es una máscara más. Atrás la tormenta de emociones desentierra la tranquilidad a la que me agarro con fuerza. El latido de los segundos reta a mi corazón, a que no siga el frenético tiempo que amenaza con romper los puntos que mantiene ese cuerpo palpitante entero.

El tiempo es un misterio como lo es la fuerza con la que me destruyo una y otra vez antes de emplearla para coser las heridas y limpiarme la cara antes de encararme al próximo desafío que me enseñará a domarla. El amor no es sujeto a las horas y los segundos con los que intentamos clasificar el tiempo. Estas dos bestias indomables forman la base del camino que transitamos.

Desde la infancia me han predicado que el tiempo no espera a nadie y hay que preparase para el futuro hasta que me di cuenta de todos los momentos fugaces, con experiencias increíbles que he perdido por estar pensando en el quehacer o en no caer en la misma trampa que antes.

La realidad no existe más allá que lo que siento en este instante. El pasado es una colección de interpretaciones de las experiencias según las podía entender en ese momento. Con el tiempo se van adaptando a una versión más relevante de lo que aprendí de ellas o como elijo conservarlas, ya muy distanciadas de la realidad.

El futuro, por otro lado, es la proyección de los deseos, las esperanzas y miedos que alberga mi imaginación entusiasta, aunque, a veces, algo fatalista. La ilusión del libre albedrío reside allí, en la idealización de cómo me gustaría que saliesen las vivencias. La verdad es que sólo puedo elegir cómo reacciono frente a las experiencias que desvelan delante de mí, las oportunidades para aprender lo necesario para comprenderme lo suficiente para así dar sentido al siguiente paso que doy en este viaje intrépido hacia la puesta del sol que es la aceptación de mí mismo y el amor propio que corresponde reconocer con ella.

Procuro no mirar atrás y soltar la inmensa carga de dolor que necesitaba sentir para poder liberar un amor incondicional que conservaba dentro de mi ser, protegido por mi alma que esperaba los momentos oportunos para invitarme a adelantos en forma de encuentros apasionantes y experiencias alentadoras. Siempre que me ha lastrado la duda de su existencia, en los momentos cuando las lecciones han sido duras y me he caído de rodillas, incapaz de evitar mezclar las lágrimas y la sangre de este cuerpo de guerrero, he sentido el calor de un rayo de ese sol del amor sobre mi piel frío y cicatrizado por los calvarios que elijo transitar para conectar con la potencia de mi sentir. No me siento víctima, sino bendecido por haber tenido la oportunidad de transitar el desgarrador desamor de mí mismo. Sólo así aprendo a abrirme a sentir sin prejuicio, sin expectativas y sólo con honestidad y la tranquilidad de la aceptación.

He aprendido que mirar adelante, hacia un horizonte rojizo y prometedor es perder las maravillas y las oportunidades que florecen en mi alrededor. Ese espejismo carece del abanico de colores y olores de las flores que son las experiencias enriquecedoras del reino de mi sentir ofrece todo lo que necesito y quisiera. Es el concepto del tiempo que me distrae y me empuja a buscar que me ame alguien de la manera que no me amaba a mí mismo. El amor propio deslumbra en este jardín botánico cuya puerta aprenderé a abrir de sus bisagras oxidadas y el cerrojo escondido debajo de telarañas.

Te invitaré a pasear conmigo entre los pétalos brillantes del enamoramiento. Te llevaré a que nos bañemos en el lago refrescante de la felicidad y nos secaremos con los cuerpos desnudos, acariciados por la vegetación de la complicidad, bajo el sol del amor incondicional. Allá donde alcance la vista nos esperan experiencias fascinantes y formativas con las que lloraremos, a veces de risa y otras de pena. Pero, siempre de la mano; mi amor eterno, mi sombra, mi verdugo - mi amor propio.

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Mathew Lees

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