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La Tragedia de la Iluminación


Cuando decidí abrirme al proceso de la transformación personal, me comprometí a cumplir con las condenas en mi infierno personal. No sentía miedo porque aceptaba el tránsito como la base formativa de mi despertar espiritual. Lo que no sabía es que cada visita al terreno dantesco iba a ser más potente que el anterior. Los llantos de mis primeras excursiones allí no se pueden comparar con lo que es hacer la maleta del bagaje emocional para unos días de temblores incontrolables, vómitos, ojos ensangrentados de tanto llorar y las rodillas incapaces de apoyar el cuerpo de pie. El aprendizaje es la repetición de una misma experiencia con cada vez más consciencia y, por tanto, profundidad. Lo que empieza con limpiar una herida para que no se contagie con los parásitos de las creencias limitantes pasa a ser arrancar la venda y hurgar en los pliegues del tejido rojizo para llegar cada vez más cerca de la infección por dentro que impide integrar la enseñanza que abrió la piel tiempo atrás en el primer encuentro con la experiencia. Lo que es el primer roce de una espada ajena en la gran guerra en la que nos afrontamos a nuestros demonios cada día. Batalla tras batalla, aprendo que la victoria está en no luchar sino apaciguar las fieras voraces de mi propio castigo. La sensación de mirarte a los ojos y sentir la paz que siempre me has dado y aún así no poder escuchar tus palabras por el ensordecedor grito de los monstruos terroríficos que me arrastran hacia la fogata a la que me tiraré de nuevo para sentir las llamas acariciar mi pecho desnudo y marcado por las heridas infectadas como las manos de la amante que me embalsaba con sus besos. Por muy lejos que estés ahora, siempre estás aquí y tu dulce voz sigue acompañándome a pesar del gemido de agonía con la que me despido de quien pensaba ser. La decepción de tener que sacrificarme por caer en la misma trampa, la repetición del patrón que veía integrado en esta encarnación, para encontrar que se ha transformado en una herida nefasta que impide que continúe mi camino. No me queda más remedio. No puedo seguir esperando que todo sea mejor mañana. Ahora, me siento debajo del brillo del amor propio y me desnudo para destapar las injurias que me he infligido con mi búsqueda de la perfección que no existe. Elijo bañarme en el agua de la aceptación y sentir como suaviza el dolor que tanto tiempo he aguantado. Acepto mi imperfección como una virtud, mi voluntad es amar las oportunidades que me ocasionan las experiencias que vivo y aprender de ellas. Mi amor es saber cuándo pasar a la acción, sin prisas y sin sentir la compulsión por manipular la realidad sobre la que nunca he tenido control. Me libero de mi propio cautiverio en la jaula de las expectativas irreales, entregándome plenamente al albedrío del proceso de mi alma, con la plena confianza que todo sucede en preparación para la iluminación de mi ser. ____________ Mathew Lees

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