El Aprendizaje de la Derrota

Al mirarme en el espejo, me di cuenta de que me había engañado a mí mismo. Me había mentido. Ese inmenso guerrero que veía al cerrarme los ojos ya quedaba a la sombra. El hacha ya no estaba a mi vera. Las manchas de sangre del combate en mi cara no eran más que unas lágrimas buscando refugio en mi barba de la cara que tiritaba con los llantos.
Los procesos son espirales. A veces por mucho que lo diga, se me olvida. En un momento, me encuentro de nuevo en la misma situación que tantas veces me ha llegado como el golpe metálico de una espada contra mi coraza. Ahora, que me he quitado la coraza, esa hoja roza la piel y hace sangrar la herida que siempre estuvo allí. La carne rojiza abre mostrando lo que antes no veía, al profundizarme en la agonía de la toma de consciencia que me recuerda que no puedo con todo.
Agradezco que el Universo me baje del pedestal en el que me había posicionado. No soy más que nadie sino un soldado más en el campo de batalla del día a día, del amor y el desamor, de la esperanza y la frustración. El arma que llevo conmigo es el amor puro. No necesito más. El amor es mi salvación y es mi guía. Hoy no me moriré que no está en el guión que protagonizo.
Mi caída es la lección que necesito para levantarme de nuevo, dejando atrás el patrón que impide el florecimiento del amor propio que sigo echando fuera como si fuese un regalo valioso y no el requisito básico de mi supervivencia. Tantas veces me he perdido al enamorarme y entregar hasta agotar la luz de mi sentir por miedo de quedarme en la oscuridad que sólo puede alumbrar mi amor propio. Una y otra vez, me prometo que no volveré a caer antes de saborear la tierra en mi boca ensangrentada de una caída más.
Acepto que cada derrota es una lección que me muestra mi responsabilidad única por lo que hago. La vida me da las elecciones que necesito tomar y las experiencias que me hacen falta transitar. Pero, sólo yo puedo elegir cómo reacciono a cada circunstancia y, así, conectar con la sabiduría con la que se reencuentra mi alma en su misión sagrada.
____________ Mathew Lees