El Paraíso de mi Sentir
Estoy agradecido por todos que me habéis acompañado durante este viaje por la selva más densa y repleta de peligros y de paraísos. Rara vez he dado más de dos pasos sin tener a alguien que me ofreciera la mano para hacerme compañía. También es cierto que por la tendencia autodestructiva que siempre tuve de no permitir que me amase nadie, os he alejado a la mayoría cuando habéis intentado sobrepasar mis barreras defensivas.
Desde la infancia, he sido un especialista de dar un mensaje confuso. Soy amor puro, sí. Pero no esperes darme el amor que no creo que merezco. He tenido el hábito nefasto de deslumbrar con la luz intensa y calurosa del sol de mi amor sin saber dejar a mi pareja expresar su luz sobre el terreno frío y árido de mi sentir. La emoción más contagiosa no la he dejado penetrar las compuertas de mis defensas para fertilizar el paraíso que hay dentro de mí.
Defendía a muerte la oscuridad dentro de mi ser, donde apenas palpitaba un corazón enfermizo y famélico por la ausencia de un verdadero amor. Cada vez que he entreabierto ese escudo a alguien, ha visto con pena la ceguera con la que observo esa oscuridad por querer brillar con tanta intensidad por fuera, sin apreciar la belleza de todo lo que había dentro de mí. Un inmenso paisaje de flora y fauna de colores apasionantes, donde yo sólo imaginaba un paisaje estéril, sin vida. Toda esa hermosura que quedaba a la sombra de mi propia indiferencia.
Numerosas veces me han suplicado que dejase entrar a dar un paseo juntos, mi amada y yo por los senderos soleados y embellecidos por la vida colorida de mis emociones, allá entre los arboles de mi fortaleza y los ríos de mi vulnerabilidad. Donde ellas veían paraíso yo sólo notaba un panorama oscuro y gélido al que jamás las llevaría.
Ahora he elegido quedarme solo, sin otro edén idílico en el que perderme, sin el paisaje de la gran belleza que siempre he visto en el amor que proyecto a mi deseada. Me doy cuenta de que ha sido gracias a estas incursiones a mi interior que he conseguido conocer a mis emociones, como si fuesen animales silvestres con sus personalidades únicas y correspondientes. Así he empezado a domarlos y amarlos. Así es como empecé a alumbrar mi sentir con la luz, aunque inicialmente pálida, de mi amor propio. Las lluvias que riegan los terrenos hermosos ya no eran las lágrimas de la tristeza, sino también de la alegría de vivir y de las risas compartidas con la gente.
Gracias a las personas que me han amado, veo la fertilidad de la tierra dentro de mí que alberga la floritura de mi ser. Lo que siempre me ha hecho brillar es la intensidad con la que siento las emociones que siempre habitaban dentro de mí. Ahora que he aprendido, paseando de la mano de vosotras, a no temer mis sentimientos, sino abrazarlos, sostenerlos y, finalmente, integrarlos en mi forma de ser.
Por eso, agradezco a todas que me habéis ayudado a ver quién realmente soy, a aceptar el valor de lo que aporto no sólo a los demás, sino a mi propio desarrollo. Me siento honrado por las lecciones que me habéis obsequiado y me permiten entender porque os quiero aún, incluso cuando nuestros destinos nos han llevado hacia nuevos horizontes, siempre quedará un eco de alguna conversación en las cuevas de mi ser o una imagen titubeante en la superficie del agua de mi vulnerabilidad que recuerda un momento tierno que formaba parte de nuestra historia y mi aprendizaje.