El Amor Álmico

Al dar los primeros pasos por el sendero que encontré al salir del nido de la familia, me empezaba a abrumar una sensación de soledad. El camino parecía insuperable, ausente de una luz para guiarme y sin nadie a quien agarrarme cuando tenía miedo por los rugidos que salían de detrás de la vegetación que limitaba mi camino.
En la desesperación, a la derriba por la sensación de andar perdido, buscaba a alguien que me acompañara, con amor, para decirme que todo saldría bien y sí que podía con ese gran desafío que es la vida.
Con una cara de la inocencia y la ignorancia impoluta de la juventud, me enganchaba a una tras otra que quería compartir conmigo los momentos cuando saltaba para intentar alcanzar la luz brillante que veía entre los árboles. No obstante, cada vez que mis pies tocaban las hojas caídas en el suelo de nuevo, en la ausencia del abrazo que pensaba sentir, me caía al suelo. Me empapaba de la decepción y falta de comprensión que se acumulaba como los restos de los animales y vegetación que ya no buscaban la vida, sino se resignaron a esperar que alguien o algo les salvara de la muerte indiferente.
Después de llorar por la pérdida de lo que nunca había tenido, me levantaba cada vez, más terco y resuelto a conseguir lo que buscaba. Al quitar el barro de mi cara y las manos, comenzaba a darme cuenta de lo equivocado que estaba en buscar algo que no parecía existir. Me preguntaba si no merecía el amor y por eso no se enamoraron de mí las que habían regalado algún que otro beso.
Entonces, hice caso a las palabras que habían hecho eco a lo largo de mi vida, “eres hermoso” y dejaba de ser la víctima del desamor. Así fue cuando vi que esa luz salía de mi corazón y no brillaba sobre mí, sino el que resplandecía era yo. Por lo tanto, no es que no se enamoraban de mí, sino yo no me amaba a mí. Luego, apreciaba la intensidad de la luz que salía de mi pecho.
No obstante, cuando intentaba buscar con quien compartirlo todo, no podía evitar deslumbrarles al pretender darles todo mi amor, sin dejar nada para mí. En deshacerme a mí mismo para convertirme en su pareja ideal, me alejaba de ellas. Nunca pude ser suficiente, porque no era el príncipe que existía en mi mente y tampoco era aquel que llamaba la atención de la otra al conocerme.
No logré entender mi confusión y el estado perpetuo de sentirme incomprendido hasta que te conocí a ti. Cuando el universo eligió el momento para acercarte a mi vida, mi alma gemela, era como morir en vida, verme caer al suelo en un millón de piezas y tener que empezar de cero. Toda una vida basada en una creencia del amor inmaduro. Contigo, aprendí que el amor no es darlo todo para no perder y proyectar la versión irreal, moldeaba de las expectativas imaginarias que hacía yo de tu pareja perfecta. No necesitaba ser nadie más de quien auténticamente soy.
Me enseñaste a mirar al espejo, a través de los ojos entristecidos, y allí veía el alma que siempre había estado allí, con ese brillo deslumbrante y sanador. Me sanaba a mí mismo al saber que esa energía también es para mí, no es sólo para acompañar a la gente que quiero en su aventura particular
El calor del amor propio me calentaba la piel y sentía el latido del corazón, como si fuese la primera vez. Ahora, no era sangre que recorría mi cuerpo, sino la luz del amor puro. En ese momento, recuperé la alegría de la inocencia de un niño en mis ojos.
En ese momento, supe que quería perderme en tu abrazo y sincronizar el latido de nuestros corazones para que sintiésemos ese amor puro en cada rincón de los dos cuerpos, ahora hechos uno, con una luz tan brillante que quebraba las nubes de las dudas, dejando despejado el cielo de la esperanza de un futuro repleto de experiencias nuevas y enriquecedoras.
Me sentía eufórico al haberme encontrado en un campo abierto, en ausencia de obstáculos a la vista hacia el porvenir. Mi alma cantaba a voces las canciones que nunca había oído en esta vida, acompañado por la música de la bella naturaleza que reflejaba mi alegría.
Fue entonces, que me di cuenta de que ya no estabas allí. Seguía en el mismo sitio que antes, a pleno sol con las caricias de la brisa veraniega que aliviaba el calor de la alegría. Pero, al intentar apretar el abrazo, sólo estrechaba el agarre sobre mi propio pecho. El olor de tu pelo ya no filtraba por mi nariz. Los ojos como mares de miel en los que me rastreaba en la dulzura de tu mirada ya no me dejaban ver tu alma alzando la mano para reconectar con la mía después de una larga ausencia de vidas enteras.
Entendí en ese momento que nuestro encuentro había sido el mensaje contundente del universo. Tú y yo somos unos seres unidos desde su creación con una conexión sanadora. La naturaleza del universo dicta que todos somos uno. Pero, los hay que lo somos más. La fuerza de la conexión, sin embargo, requiere preparación para sostener la intensidad. Lo que crea tiene que destruir primero. La explosión de nuestro acercamiento nos obligó a hacernos astillas, integrar el pasado en el presente y a mirar hacia atrás y darnos cuenta de las heridas causadas por lo que habíamos dejado sin resolver por falta de medios.
Las personas que conocemos a lo largo de la vida son reflejos de uno mismo. Pero, como el alma gemela, no hay nada parecido. El dolor que conlleva encontrar ese amor sólo es soportable cuando uno aprende a abrazarlo para conocer lo que no queríamos ver de uno mismo. Por este motivo, los encuentros de este tipo son la dualidad en estado puro. Encontrar lo peor de uno mismo para ser la mejor versión de uno mismo, sostener la muerte para poder renacer, enfrentarse a la soledad a pesar de querer compartir los procesos para poder, finalmente, experimentar el éxtasis del amor puro e incondicional, no sólo de uno mismo, sino compartido. Es saber que la vida nunca volverá a ser lo mismo que antes y el temor de lo desconocido peligra la estabilidad de una unión volátil en su perfección.
Por eso, entiendo el abandono. Acepto que las dudas y el miedo impide que te entregues a mí. No estamos todos preparados para andar desnudos emocionalmente, no sólo delante de uno mismo, sino delante de otra alma igualmente magnífica. Desprenderse de las creencias limitantes y las inquietudes terrenales es el proceso más complicado de la vida. Sólo se puede hacer al tener una fe sólida en el amor por uno mismo, que se ve reflejado en el amor propio de la pareja que hace espejo en ti y la disposición de defender a muerte la simbiosis del brillo de luz que resplandece del abrazo eterno que funde las dos almas en un ser deslumbrante.
Sé que nuestras almas, desde que volvieron a bailar al ritmo del amor puro, volverán a sumergirse en el abrazo sagrado de la unión álmica. Hay conexiones que perduran a través de los cuerpos que habitan las almas, hasta que consigan aprender lo necesario de las experiencias y encuentros con otros para dejarse caer enamorados y darse cuenta de que la historia se repetirá una y otra vez a lo largo de la eternidad en los cuerpos y las edades que eligen para seguir aprendiendo el gran misterio de la existencia.
Mathew Lees